Posted by : Débora martes, julio 20, 2010



Una comparsa que ambienta el latir de mis órganos.

Mientras el corazón palpita, el resto del cuerpo lo hace a su mismo ritmo un poco luego. La taquicardia entonces no es algo reducido exclusivamente al área del pecho. Las historias, cada una, son un latido. Se repiten y viven con desesperante recurrencia, haciendo palpitar toda célula floja y gravitante de la pesada humanidad que aprecio gratamente como mía. Fijación.

El cometer errores sin darle importancia justa al acto. Reducir a otros a no existir como consecuencia de las ansias de más libertad. Cada latido retumbando tormentosamente. Otra, otra, otra, otra, otra, otra, otra, otra. Otra vez. Difícil destejer reflexiones.

O más bien, difícil desenmarañar los primitivos pensamientos acumulados en la gran bola de estambre multicolor, y volverlos una manta tejida de reflexiones tornasol. Qué párrafo más sonso. Todas las venas en mi cuerpo oxidándome rítmicamente, oxigenándome, sirviendo de cables conductores de toda emoción alterante, o de canales que filtran a mi psique alcohol barato con poderes generadores de pensamientos vulgares y pretensiosos.

Me muevo muy lento buscando sentir todo ese líquido rojo fluyendo por ahí (el vino, la sangre). Quiero escuchar el sonido de su velocidad y el tropezar de las cosas que en él navegan, así que en el silencio más inmóvil me concentro infinitamente. Logro poco más que una soberana jaqueca y una obsesión inmediata al trance por alimentarme únicamente de mandarinas.

Visualizando, juego a ver mis sentimientos flotando en trozos, mientras viajan con mi sangre veloz por todo sitio de mi cuerpo escogido para ser bendecido con la dicha de la irrigación. Los riñones perciben en forma de cálculos las molestias; pequeñas acumulaciones microscópicas de cosas que pueden llegar a ser insignificantes o parecer inexistentes, pero que duele terriblemente expulsar. Bravo.

Decido dormir cobijada bajo la idea de un día siguiente más creativo. Dando vueltas entre los brazos inciertos de miedos que aparento, empiezan a dejarse ver los verdaderos. La inseguridad de una cama que fácilmente flota en la nada aguda de la habitación carnívora, me irrita. Me voy olvidando de ti y tus pactos. Sobretodo de las recomendaciones. Sobretodo de la contradicción que colocas sobre todo. Tu afectividad falazmente libre.

En mis sueños arranco trozos de tu carne con caricias, y busco cosas en playas tardías que lucen infértiles y desquiciadas; muy calmadas para ser reales. Contenedoras de inseguridades aburridas, todas esas playas. Las nadas. Les canto. Las bebemos. Nos miran con reproche. Despierto y noto que olvidé completamente.
En mis mejillas el rubor criminal me evidencia. Quedo a solas con hallazgos familiares penosos y pretensiones de una existencia que sea apropiado poseer.

A esas nubes, aquellas sobre la masa de gente que toma el tren cada día, les quiero y les temo. Deseo rendirles culto y depositarles mis vivencias. Ser ellas y olvidarme de la sangre, los órganos y tanta hermosura. Flotar buscando condensarme, sin preocupación posible a causa de la inconsistencia de lo que me compone. Ser respirada y convertida. Venerarlas como mi fin último.

Ahora mismo todo parece navegar viento en popa a través y hacia la verdadera etapa cumbre del amor desintegrador.

One Response so far.

  1. Envidio tanto tanto tu embudo.

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