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- Mi devaluación.
Posted by : Débora
jueves, marzo 15, 2012
Esa sensación que puede producir una sola canción con una sola de sus notas en su juego de múltiples asociaciones. La pequeña daga.
Nombrando cosas también se escribe al parecer, y a medida que el número de cosas aumenta, aumenta la nostalgia. Las luces bajas. El olor denso, el humo empañando la visión en el cuarto, dos cuerpos extrapolados más allá del mío. Moviéndose al ritmo. Será que la pausa que mi pensamiento les hace para detallarlos, los paraliza. Como poner pausa.
Todo vuelve en un instante. Cinco años o diez comprimidos en el salvaje giro de miradas entre los tres o los cinco o los siete. Miradas ajenas y cómplices. Miradas de historias vividas, y pasadas, y muchas veces lamentadas.
Ciertos secretos siempre permanecen, oscuros. Latentes. La manutención de una relación a expensas del viaje memorial de una mueca. Algo que nos conecta por siempre, desde la boca de una guitarra que enloquece al espectador, hasta la cama de arriba. La verdadera mancha en sábanas que nunca cubrieron el confort de nuestras amistades acolchonadas.
Ellas permanecen, aguardando una especie de feliz y limpio reencuentro. Esa sacudida de manos de lo viejo por sobre la conversión que hemos sufrido. Aceptación es una palabra demasiado barajosa como para tragarla de un solo bajón.
Por ejemplo lo actual. Eso que constituye la verdadera pared que nos aliena aún cuando deberíamos ser una especie de consuelo. La envidia no es tan lamentable si se está consciente de que no mucho cambiará después de ella. Los afortunados son los afortunados y no son demasiados. Y no tienden a verse a sí mismos como tales. Así le damos al pedal fluidamente y sin freno, considerando que al final igual ni sabemos si viene un risco o viene más camino.
La cuerda vibra duro, como molesta, desde el puente hasta el final del mástil. Y no es tan gracioso hacerlo uno mismo también. Buscarse en sus extremos y empezar a oscilar buscando que el sonido comunique algo más de drama. Tratando de alcanzar ese grano de dignidad del que de repente es tan sencillo sentirse robado. Como cuando te dormías y decidía entonces salir a la sala a llenarme de ron y los White Stripes en completo "desconsuelo". Una actuación más la verdad, en la que me reconozco redundante e infantil. Lo mismo que decidir poner una bandera en un planeta o colonizar un país.
Oh pero el papa ha fallecido. El papa fallece y las noticias se llenan de noticias nuevas. Ya no más la inseguridad o la comida putrefacta o las dificultades que existen para mantener a tus familiares en el exterior. Ya no más la dama de hierro o el cambio de presidente. El papa ha fallecido y los rostros voltean y se derriten en el llanto más misericordioso. Decimos alto nuestros dolores. Compartir algo así nos vuelve aliados por un día, dos, unas semanas a lo mucho, hasta que flotar en esa nube de pureza se vuelve insuficiente y recordamos que somos territoriales con absolutamente todo detalle que nos rodea, desde muslos y viejos labios hasta cargos públicos y tazas viejas guardadas en las cajas del maletero.
El valor de no saber querernos pero saber reclamarnos.
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