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Archive for marzo 2012

Mi devaluación.

By : Débora



Esa sensación que puede producir una sola canción con una sola de sus notas en su juego de múltiples asociaciones. La pequeña daga.

Nombrando cosas también se escribe al parecer, y a medida que el número de cosas aumenta, aumenta la nostalgia. Las luces bajas. El olor denso, el humo empañando la visión en el cuarto, dos cuerpos extrapolados más allá del mío. Moviéndose al ritmo. Será que la pausa que mi pensamiento les hace para detallarlos, los paraliza. Como poner pausa.

Todo vuelve en un instante. Cinco años o diez comprimidos en el salvaje giro de miradas entre los tres o los cinco o los siete. Miradas ajenas y cómplices. Miradas de historias vividas, y pasadas, y muchas veces lamentadas.

Ciertos secretos siempre permanecen, oscuros. Latentes. La manutención de una relación a expensas del viaje memorial de una mueca. Algo que nos conecta por siempre, desde la boca de una guitarra que enloquece al espectador, hasta la cama de arriba. La verdadera mancha en sábanas que nunca cubrieron el confort de nuestras amistades acolchonadas.

Ellas permanecen, aguardando una especie de feliz y limpio reencuentro. Esa sacudida de manos de lo viejo por sobre la conversión que hemos sufrido. Aceptación es una palabra demasiado barajosa como para tragarla de un solo bajón.

Por ejemplo lo actual. Eso que constituye la verdadera pared que nos aliena aún cuando deberíamos ser una especie de consuelo. La envidia no es tan lamentable si se está consciente de que no mucho cambiará después de ella. Los afortunados son los afortunados y no son demasiados. Y no tienden a verse a sí mismos como tales. Así le damos al pedal fluidamente y sin freno, considerando que al final igual ni sabemos si viene un risco o viene más camino.

La cuerda vibra duro, como molesta, desde el puente hasta el final del mástil. Y no es tan gracioso hacerlo uno mismo también. Buscarse en sus extremos y empezar a oscilar buscando que el sonido comunique algo más de drama. Tratando de alcanzar ese grano de dignidad del que de repente es tan sencillo sentirse robado. Como cuando te dormías y decidía entonces salir a la sala a llenarme de ron y los White Stripes en completo "desconsuelo". Una actuación más la verdad, en la que me reconozco redundante e infantil. Lo mismo que decidir poner una bandera en un planeta o colonizar un país.

Oh pero el papa ha fallecido. El papa fallece y las noticias se llenan de noticias nuevas. Ya no más la inseguridad o la comida putrefacta o las dificultades que existen para mantener a tus familiares en el exterior. Ya no más la dama de hierro o el cambio de presidente. El papa ha fallecido y los rostros voltean y se derriten en el llanto más misericordioso. Decimos alto nuestros dolores. Compartir algo así nos vuelve aliados por un día, dos, unas semanas a lo mucho, hasta que flotar en esa nube de pureza se vuelve insuficiente y recordamos que somos territoriales con absolutamente todo detalle que nos rodea, desde muslos y viejos labios hasta cargos públicos y tazas viejas guardadas en las cajas del maletero.

El valor de no saber querernos pero saber reclamarnos.

El desodorante del orgullo fuera de la forma.

By : Débora




   Me gusta el aire seco. Sin nada que olerle o espiarle o sospecharle. Me gusta no atreverme a empezar frases con una combinación distinta de "me gusta", porque así cada párrafo parece increíblemente egocéntrico, y esa sensación me agrada. Corrijo, me gusta. Porque al uno parecer sensacionalmente egocéntrico, lo dicho pierde algo de validez. Es fácil mofarse de alguien demasiado auto enfocado. Y eso es salud para mi. La burla. Ah, la burla me fascina, pero diré que me gusta. Constituye un perfecto modo de escape. Y siempre es posible decir que uno no dijo algo en serio. Que es pura escritura nocturna.

   Me gustan las pequeñas crisis, chiquitas. Las medianas. Las gigantes. Los puntos de quiebre. Me gustan las conciliaciones. La gente que habla por uno. Me gusta cuando alguno cree conocer a algún otro. Me gusta porque es como un antojo de consuelo. Me gusta esa soledad a la que le huyo tanto, y le huimos. Me gusta someterme a escuchar música que no me gusta, y decir que me gusta, para ver la reacción de placer que tiene en otros solamente el que yo diga. Que yo diga que me gusta. Y de repente surge un nexo que por demás es inexistente porque mentí, pero está ahí. Y la fe y la creencia son alimenticias. Y los nexos gustan. Las conexiones. Me gusta al menos saber que uno puede alimentar a alguien así, tan fácil. Tan fugaz. Desaparecidamente. Me gustan los testimonios. Y me gusta la gente muerta, no de un modo mórbido. Me gusta la calma que genera saber que es imposible hacer algo más que un esfuerzo por no olvidar lo que no quieres olvidar. Como una academia de cuerpos desalmados. Me gusta lo dulce que puede ser el duelo si uno está tranquilo. Es como una historia que se te perdió, pero que sabes que leíste y te gustó un montón. Y no tienes papeles tampoco para medio reescribirla. La imposibilidad me gusta porque es un alivio y soy tremendamente floja.

   Me gustan las corrientes de aire frío en la noche cuando no sé qué más escribir, o qué borrar mejor. Mejor. Me gusta leer biografías porque es un buen chance para identificarme con alguien más, y olvidarme de mi un rato. De mi, a quien conozco tan poquito pero me gusta tanto a veces. Entonces en esa línea me encuentro y en la siguiente me propongo una meta. Un valor ficticio que ahora tomo como mío porque la influencia se siente bien, sin importar lo que renieguen los demás. Ser influenciado. Es como tomarse una pastilla de calmante muy fuerte. Es paz automática. Es poder dejar de hacer el esfuerzo de pensar para que la persona que ya pensó tome ese trabajo, sin saberlo y a través de mis siguientes acciones perviva. Como un profeta. Cualquier influencia. Me gusta además entender que no dejo de pensar hacia atrás, como al revés. Porque quién me influencie en cierto momento, probablemente fue influenciado aunque la duda quepa gigantesca en esa probabilidad. Los orígenes se pierden. La mitología siempre está aguardando ser citada una vez más, y lo logra. Eso me gusta, la mitología. Me gusta entender como llegué lógicamente desde las corrientes de aire frío a la mitología y como todo el razonamiento puede ser un breve análisis de cómo funcionan los grupos humanos, pero al final no lo es porque no tengo calificaciones para hacer algo así. Me gusta. El prestigio. Tan reptil.

   Dije por cierto que me gustan las crisis chiquitas pero no dije por qué. Me gustan porque pasan a cada segundo. Cada cambio pequeño es la siguiente crisis, superada. Checked. La acumulación de pequeñitas crisis construye una mediana. Y me gusta saber que mi mediana crisis no es más que el resultado de un millón de crisis diminutas que estallaron en mi cerebro, o en el cerebro de alguien más, en todos los momentos contenidos de cada minuto, de cada día de la vida que es mi vida y la vida de todos los demás que tienen crisis chiquitas, como yo, y al mismo tiempo además, lo que hace que a cada segundo una sola monumental crisis esté discurriendo, producto de la sumatoria de todas las crisis microscópicas de todos quienes vivimos nuestras mini crisis, al milisegundo, sin queja, o sin demasiada queja para ponerlo elegante. Me gusta sentirme aliviada de haber dicho eso. Un resumen vendría a ser "el manto permanente de la crisis", pero eso así no se entiende y el punto es que se entienda. Al menos esto. Digo que no ando en un humor demasiado codificado. 

   Me gusta sentirme inspirada a hablar de política de vez en cuando, porque como a todo el que lo hace, me hace sentir una satisfacción excesivamente banal respecto de mi concepto de humanidad honda. Casi como si hablar de política me salvara un poco de mi normal distracción hacia los asuntos sociales. Sería pues, mi contribución conmigo misma a la alcancía que intercambiaré algún día por el cielo, la siguiente vida, el nirvana o las llaves de la biblioteca. Algo me tengo que ganar. Y eso me gusta porque entonces la sensación de que el final es una lotería se va. Y siento el suelo mejor y la tierra es como más húmeda y fértil y la década de los 60 entera cobra un poco más de sentido. Ni habría que apuntar que me gusta esa década.

   Me gusta inspirarme. De repente concluir que lo significativo acerca de un resultado es la forma y no el fondo. La inspiración es eso. Sentirse satisfecho con cómo se dicen las cosas. Eso me gusta. Sentir que puedo sentir inspiración aunque en verdad lo que ocurra es que siento urgencia. La urgencia también me gusta de cualquier modo. La urgencia me hace caminar para ir al baño y aliviarme.

   Me gusta no poder recordar cosas que quiero terriblemente recordar. En mi mentesita traviesa, no poder accesar a cosas tan deseadas como recuerdos es una especie de pago por las cosas a las que sí puedo accesar de gratis. Tantos detalles. Regulares y deficientes y muy buenos. Cada detalle que puedo recordar, bien puede valerme un recuerdo que estaría muy dispuesta a abandonar. Todo por la satisfacción de poseer ese detalle. Tatuado, inhalado como ventide para aliviar el asma. Me gusta. Eso de ser asmático me gusta, aunque yo misma no sea asmática. Y aquello de hiperventilarse. También me gusta. Ambas cosas de seguro te dan una percepción mucho más redonda de las crisis. Porque conscientemente puedes vivir con una persiguiendo tu aliento mismo, todo el tiempo. Entonces sabes, sabes exactamente lo que dije acerca de las crisis diminutas. Un ataque de asma es algo que pasa luego de una progresión. Admirable. Saber que vas a tener una crisis, grande y sigues hasta que te da.

   Casi se me olvida decir que me gustan las fotos modestas. De cámaras no demasiado buenas. Fotografías de simple y llana recolección. Me gusta la intimidad de los actos simples y de baja calidad. No que no me guste lo contrario, pero es como un rito de fidelidad. Me gusta el resultado modesto que busca encajar en la categoría de aceptable. La manualidad inherente al acto. La apuesta a cierta inmortalidad en resoluciones, lentes y zooms baratos.

   Me gusta no tener finales demasiado concretos. Me gusta cambiar, sentir que cambio, sentir que no lo hago ni un poquito, mi consistencia, mi falta de ella, mi ausencia, mis relaciones. Me gusta que me atraigan hormonalmente las personas que lo hacen. Me gusta soñar con ellos. Desvestirlos, que ellos hagan lo mismo. En los sueños. Me gusta porque el sueño es un atrevimiento extra. Un suceso escapado. Un clásico que nunca rueda más de una vez. Una ovación de pie particularizada. Y las pesadillas, subgénero de los sueños, el valor de la deshonra que uno mismo se vacía a diario sobre la cabezota. La persecución de uno mismo hacia uno mismo. Me gusta. Al final quién puede generar más tormento hacia uno es uno, a través de otros, pero uno. Hacia acá. Todos circunferencias que nunca saben bien las coordenadas del centro. Siempre en la periferia. Siempre escondidos. Me gusta el misterio. De ser uno. De no serlo. De no saber serlo.

   Finalmente de un modo nada concluyente, me gusta esto. La prueba fehaciente de mi propia necedad. Mi influencia verdadera. Mi gripe, mi cansancio. Mis quejas físicas. Mi sensación de vigor. La convicción de que mis errores cometidos y por cometer, no te llevarán demasiado lejos de mi aunque la sospecha permanezca como moribunda. Como cuando uno no acierta a dar el zapatazo certero a la cucaracha y queda en agonía. Me gusta el refugio, el escondite, incluso la angustia. No hablar. Sólo subir el asfaltado nuevo, para probar las llantas. Me gusta sentir que se va a apagar el carro. Que el tráfico se interpone entre cada casa de salida y llegada. Que por los juegos te pagan y porque te pagan puedes intercambiar billetes por tickets. Yace la incertidumbre. Me gusta no restregar nada en la cara de nadie y aún así, hacer precisamente eso. Estarlo haciendo. Me gustan los finales débiles porque apoyan dos de mis creencias que van como sigue: primero,  hay simplemente una sobrestimación acerca de ellos; luego, si se quiere llegar a un punto, no hay que esperar a estar tomando el tren en el terminal para decidirse a hacerlo sólo porque no hay vuelta atrás. Cada párrafo es tan buen chance como el último. Ser disgregado pero preciso. Me gusta. Es como llenar una cuota.

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