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Posted by : Débora
sábado, enero 30, 2010
Borré la verdad con unas dos mentiras, aunque fuera un número par de lo que sea. Recuerdo un momento bizarro en el que el frío no tan intenso me hacía esforzarme y recordar lo que era importante. Para aclarar la bruma, respiración honda. Fumarse el aire. Tomarse la molestia.
Cuando nací en ese momento, fué justo como nacer en los momentos anteriores. Como las calles pequeñas iluminadas con faroles, llamándome. Con la brisa y todo. Atrayendo mi estructura a ser de ellas. De las callejuelas a lo europeo, en la noche nocturna.
La conciencia extrema de lo que removía las palabras llenó de miedo el espacio inocupable. La repentina caída en cuenta de aquellas cosas viejas, de los astros empedrados en experiencias raras de inocencias tocadas, me pusieron de pie.
Se prendió una alarma.
Escucharla con claridad me serenó.
Empecé a volar por la corniza, y la quietud llegó poco a poco. El supuesto huracán que iba a generarse se somatizó en ojos de vidrio, gracias al verde. Las palabras acerca del amor siendo una inyección de heroína o peor, la evidencia de las flores que debían ser pisadas, el niño raro que temía a nada porque eso disfrutaba. Todo apuntaba al término de un buen viaje, hasta que las arcadas llegaron.
"Mucho tiempo sin volar", pensé.
Y la menta no fue refrescante. Las canciones no aliviaron la sensación de espanto producida por las varias cosas que se habían perdido sin notificar. Las que estaban por perderse clamaban ser sólo cosas. El acto de buscar aprisionarlas siempre las espanta, así que adiós.
Con suavidad, el calor retornó. El plateau quedó como nuevo, para otra puesta en escena del famoso día. Con alivio, le amé. Con restricciones, le dejé a solas. Con vulgaridad de tendencia famélica, llegó el descanso al exterior desde los volcanes marinos.
Todo tibio, bañado por la esperada aparición, quedó flotante. Se llenó de ella, y luego de cualquier mierda.
Cuando nací en ese momento, fué justo como nacer en los momentos anteriores. Como las calles pequeñas iluminadas con faroles, llamándome. Con la brisa y todo. Atrayendo mi estructura a ser de ellas. De las callejuelas a lo europeo, en la noche nocturna.
La conciencia extrema de lo que removía las palabras llenó de miedo el espacio inocupable. La repentina caída en cuenta de aquellas cosas viejas, de los astros empedrados en experiencias raras de inocencias tocadas, me pusieron de pie.
Se prendió una alarma.
Escucharla con claridad me serenó.
Empecé a volar por la corniza, y la quietud llegó poco a poco. El supuesto huracán que iba a generarse se somatizó en ojos de vidrio, gracias al verde. Las palabras acerca del amor siendo una inyección de heroína o peor, la evidencia de las flores que debían ser pisadas, el niño raro que temía a nada porque eso disfrutaba. Todo apuntaba al término de un buen viaje, hasta que las arcadas llegaron.
"Mucho tiempo sin volar", pensé.
Y la menta no fue refrescante. Las canciones no aliviaron la sensación de espanto producida por las varias cosas que se habían perdido sin notificar. Las que estaban por perderse clamaban ser sólo cosas. El acto de buscar aprisionarlas siempre las espanta, así que adiós.
Con suavidad, el calor retornó. El plateau quedó como nuevo, para otra puesta en escena del famoso día. Con alivio, le amé. Con restricciones, le dejé a solas. Con vulgaridad de tendencia famélica, llegó el descanso al exterior desde los volcanes marinos.
Todo tibio, bañado por la esperada aparición, quedó flotante. Se llenó de ella, y luego de cualquier mierda.
El murito, fútbol en el estacionamiento con un balón y en el patio de atrás de cerámica del colegio con un pote de medio litro lleno de servilletas grasosas.
La biblioteca del colegio, una obra de la pulga y el piojo, yo era el zamuro, cantábamos.
Dibujo técnico, toques de punk-rock, la niñita de mis sueños, una piscina olvidada, Disney a los 9.
Mi primer beso, policías y ladrones, llorar hasta el cansancio porque me rucharon una bolondrona transparente de pincelada de colores y punticos incrustados.
Imbécil que me robó como 10 carritos y aún no confío en él cuando lo veo.
Metras, tazos, trompo, el director del colegio me chocó la cabeza con la de otro niño.
Deb, me encanta este escrito!
Realmente me gusta mucho este escrito!
Y en esta lectura, la de hoy, comprendí que puedo a través de un comentario simplemente decirte lo bien que me hace sentir leer este texto.
Me hace sentir muy bien!