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Posted by : Deb miércoles, abril 30, 2014

Nada como escribir con lápiz de grafito y sentir la alegría de su desgaste significativo ensuciando la hoja en provecho de la siguiente letra, persiguiendo el bien mayor de la oración. ¿Dónde es que queda ese sitio raro y a la vez común en el que tantos tienden a poner el sacapuntas? Sin el sacapuntas es imposible sobrevivir en el mundo que gobierna el lápiz. Encontrado el bicho, crece la alegría de la continuidad.

Así, la disyuntiva y el conflicto se presentan ahora mismo como un angustiante toque de queda para la palabrería en curso. Un final que una vez burlado por el hallazgo del cortalápices, pasa a depender de un destino distinto y más longevo que el filo de la punta del preciado instrumento de madera: el de esa madera en sí misma y su batalla cruenta en las trincheras de las hojillas mortales y voraces del afilador. En defensa de la existencia digna del carboncillo, entrega su cuerpo como alimento al desaforado acero.

Siendo así, la tristeza verdadera e ineludible sube de nivel y se ve que radica en la mano del escriba. Esa que por un designio malévolo y atroz de la motricidad vinculada al pensamiento, decide aniquilar todo a su paso lento y constante como una aplanadora mecánica sin mecanicista y sin freno, el follaje de la hoja, el mísero lápiz, las cortas ideas.

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